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De ‘Laudato si’ a ‘Laudate Deum’: el estudio del medio ambiente y el misterio de la creación

Tolkien relata así la creación del mundo en su obra El Silmarillion: «En el principio Eru, el Único hizo a los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, (…). A Melkor, entre los Ainur, le habían sido dados los más grandes dones de poder y conocimiento, y tenía parte en todos los dones de sus hermanos. Con frecuencia había ido solo a los sitios vacíos en busca de la Llama Imperecedera; porque grande era el deseo que ardía en él de dar ser a cosas propias, y le parecía que Ilúvatar no se ocupaba del Vacío, cuya desnudez le impacientaba. No obstante, no encontró el Fuego, porque el Fuego está con Ilúvatar».¿Cuántas veces la «desnudez de nuestras posiciones» nos impacienta o, lo que es peor, impacienta a los demás? La historia de la Iglesia y su doctrina de la relación con Dios, con el prójimo y con la tierra le ha llevado un par de miles de años, con importantes discusiones, concilios, diferencias… en las que las creencias y la doctrina han sido abordadas, renovadas, ampliadas o corregidas, empezando por el concilio de Jerusalén en torno al año 50 que leemos en los Hechos de los Apóstoles.El Papa Francisco anunciaba desde la Misa de inicio su Pontificado en la festividad de san José de 2013, que «el centro de la vocación cristiana es Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a los demás, para salvaguardar la creación». Francisco seguía ampliando los cimientos que los papas predecesores habían construido con la doctrina sobre la problemática ambiental. La encíclica Laudato si fue la expresión concreta de ello, dejando la fundamentación de la doctrina de la creación en clave trinitaria para el final, en el capítulo VII. Solo desde esta cuestión ontológica, el Papa nos invita a vivir nuestra vocación a custodiar la creación y a fundamentar la preocupación por la naturaleza.

Los documentos sobre la Creación

No son los datos, al menos los actuales, los que podrán aclarar las polémicas de los documentos de la Iglesia sobre la creación. Estudiando los conflictos ambientales se constata a menudo dos tendencias que enquistan su resolución. Una es utilizar los datos científicos para argumentar de maneras muy divergentes. La otra es asumir que la ciencia debe dominar la toma de decisiones en la gestión de conflictos. Un conflicto ambiental está entretejido de dimensiones técnicas, económicas, sociales, políticas, éticas y religiosas. Pasar por alto estas dimensiones y los contextos donde los conflictos suceden es no centrar el problema.El estudio del medio ambiente parte de sistemas abiertos donde la modelización es habitual, y la toma de decisiones en la gestión se realiza siempre con un grado de incertidumbre. Cierto es que a medida que avanzan las investigaciones y las experiencias, las incertidumbres se van reduciendo, pero siempre habrá incertidumbres. El optimismo cientificista se basa en la creencia de que habrá un momento en que llegaremos a entenderlo todo, pero llevamos siglos de historia para confirmar que la naturaleza es siempre inabarcable. En el mundo de la medicina pasa un poco parecido, pues también el hombre es inabarcable. Pero el optimismo cientificista tiende a estrellarse en el muro de la realidad. Una realidad que requiere ser mirada desde un sentido de misterio que en la época actual se ha perdido, y que es necesario para abordar la relación hombre naturaleza puesto que esto es en esencia de lo que hablamos. La Iglesia no es una especialista científica, pero sí una autoridad para hablar del misterio de la vida. Y cuando hablamos de medio ambiente estamos hablando de creación, y la ciencia tendrá siempre un límite a la hora de mostrar todo el misterio.

Las críticas a ‘Laudato si’

Desde el mecanicismo del siglo XVI hemos perdido culturalmente la idea de misterio en la concreción de la naturaleza manifestada en animales, plantas, atmósfera y todo lo que sustenta la vida. Y esta pérdida cultural nos llevó a no entendernos como personas, puesto que todo lo creado es una ayuda necesaria en el plan de salvación del hombre y lo hemos despreciado. Por eso actualmente no sorprende que nos encontramos con ideologías transhumanistas, pues hemos dejado hueco a que triunfe el «Dios ha muerto» de Nietzsche, haciéndonos a nuestra imagen y semejanza y sin dejar que el mensaje de la naturaleza nos despierte de este sinsentido. Y como no podemos evitar ser seres metafísicos, vivimos en la espiral cultural de un constructivismo de una naturaleza a la media, de un dios a la medida y ya puesto de una iglesia a la medida.Las críticas a documentos de la Iglesia sobre el medio ambiente, en concreto a la Laudato si y Laudate Deumdesprenden mucha impaciencia. Mi desconcierto no parte de la existencia de dichas críticas, sino de su falta de realismo y de su cariz puritano y angelical. Laudato si y la última exhortación Laudate Deum son documentos que corresponden a la doctrina social de la Iglesia porque afectan directamente a la dignidad de la persona. La conmovedora insistencia del Papa Francisco en no olvidarnos de los descartados –la esencia del Evangelio–, es una gracia para toda la Iglesia y especialmente para todo los que en el primer mundo viven en una burbuja. La pobreza es el problema ambiental más silencioso y urgente a atender. Solo la Iglesia alza la voz para que no nos olvidemos de los pobres en el debate ambiental, y no obviar este problema es nuclear en la conservación de la naturaleza. Esta invitación se lanza a todo creyente y no creyente.Desde el siglo XIX, cuando la tecnología del hombre comenzó a socavar la dignidad de las personas en la cuestión del trabajo y en la problemática ambiental, la Iglesia ha entrado en cuestiones más concretas pero necesarias para poder dar luz a cuestiones sociales injustas, insolidarias, que no corresponden al plan divino. El cambio climático es uno de los problemas «macroambientales» entre otros, que unidos a los «microambientales» generan una degradación de la persona, de la familia y de la sociedad. Las críticas que parten de un escepticismo climático aportan datos científicos aún menos sólidos que los que aparecen en las fuentes científicas de los documentos papales. Además, no aportan soluciones al problema ambiental desde la vocación humana a custodiar un mundo en el que como cita el Papa Francisco en Laudato si (239) a san Buenaventura «cada criatura «testifica que Dios es trino»».

El misterio de lo creado

Vivimos «inmersos en el misterio de lo creado» como dice el salmo, y toda persona realista debe entender que las cuestiones ambientales no pueden ser cerradas, sino más bien consideradas desde todas las esferas de conocimiento. Y no podemos ser angelicales –este mundo es demasiado complejo para serlo– y no somos esa parte de la creación, sino la visible y frágil.La primera afirmación del Credo: «Dios Padre, creador de todo lo visible e invisible»; demuestra la importancia para un creyente de entrar en el misterio de la creación y la invitación de Dios a cantar sus maravillas como hizo San Francisco de Asís. De ahí el título de la encíclica Laudato si y de la exhortación Laudate Deum: Alaba, canta adorando. Urge ponerse de rodillas para implorar la fe en el Creador y en reconocer su Gracia en los dones gratuitos de todo lo creado: desde la luz, astros, mares, plantas, animales hasta el cuerpo humano, regalados en los siete días de la Creación.Hacer una lectura de Laudato si y Laudate Deum solo fijándonos en los datos científicos sería muy escasa. El principio de precaución del que parte la exhortación (así como la mayor parte de los ordenamientos jurídicos) es justo y necesario puesto que la resolución de los problemas ambientales no saldrá de una receta como tampoco lo será nuestra conversión ecológica.

Ecología integral

Fabrice Hadjdad, en su obra ¿Qué es la naturaleza?, explica que la base de la ecología integral consiste en que «los humanos y no humanos se perfeccionan juntos». Se necesita recuperar la cultura de ser criatura que cree en un Dios Padre Creador, de este modo el hombre será justo y hará justicia (cultura y justicia son lo más natural que hay – aclara Hadjdad). Aquellos que viven en pobreza tienen más difícil lograr que la perfección humana y no humana vayan a la par, la injusticia con ellos es la norma actual. Esta es la cuestión que nos recuerda el Magisterio para salir al encuentro de todo hermano: la preservación de la tierra que pertenece al Creador y la de propia dignidad de cada hombre que es imagen de su Creador, constituyen el camino que permite cumplir nuestro feliz destino: cantar en alabanza con todas las criaturas del Señor.Los hijos de la Iglesia sabemos que nuestra palabra no es la última, solo la de Dios, quien tiene sus caminos. De ahí que la justa distancia dicte la espera y respeto a la autoridad papal. Si alguno del pueblo de Dios se levanta, sin esta distancia y respeto, quizá esté en ese estado de impaciencia del que hablaba Gandalf: «Solo se desesperan aquellos que ven el fin más allá de toda duda».A quienes hoy se escandalizan porque les impacienta que la Iglesia no haya llegado a tiempo al compromiso ambiental, o a quienes les escandaliza que ahora pida acabar con el cambio climático quizás habría que recordarles que el Fuego está con Ilúvatar. En algunos años o siglos nos parecerá tan claro nuestro deber de custodiar la creación –y que ésta está relacionada con cuidar el propio cuerpo, la familia, la dignidad humana y el medio ambiente– que resultará tan fuera de toda discusión como que los gentiles tengamos que circuncidarnos para ir al cielo, como se discutió en el concilio de Jerusalén. Pero las cosas en el mundo de Tolkien, y en el de la Iglesia toman sus tiempos. La impaciencia con una madre, pensando que es una madrastra, puede ser la puerta por la que el hombre decide sustituir a Dios.

María Ángeles Martin R-Ovelleiro

https://www.eldebate.com/religion/vaticano/20231106/laudato-laudate-deum-estudio-medio-ambiente-misterio-creacion_150772.html

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Abiertos al estupor

Escrito por María Ángeles Martín

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La resurrección y el pájaro picapinos

Escrito por Pablo Martínez de Anguita

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La contemplación y la naturaleza

Escrito por María Ángeles Martín

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Asombro

¿Qué nos está diciendo la naturaleza?

Escrito por Michael Dominic Taylor

La crisis global que estamos viviendo y el confinamiento colectivo nos da mucho que pensar. Quizá uno de los fenómenos más esperanzadores que hemos visto en estos días ha sido la aparición de animales en zonas y horarios donde no se solían manifestar y las vistas más limpias y despejadas de bahías, ríos y cielos. Nos alegramos de ver medusas que pasean por los canales limpios de Venecia y ciervos que deambulan por las calles urbanas de Japón. Nos alegramos por estos hechos quizá porque generan una sensación de alivio al ver que tal vez no hemos malogrado tanto la tierra.

Considero que vale la pena meditar este asunto más a fondo. ¿Qué cosa nos quiere decir la naturaleza?

Algunos parecen ya saber la respuesta. Más bien parece que la sabían desde antes, ya que llevan tiempo diciéndolo: “el hombre es el virus y el COVID-19 parecería una cura para la naturaleza”. Bajo una visión pesimista, cada mala noticia es una buena noticia para esta causa —de tintes políticos—, y si seguimos su lógica, cada muerte es una ganancia, y ciertamente no en el sentido de la tradición cristiana. Junto con esta visión, también se escuchan voces que dicen: estos cambios en la naturaleza no significan nada, son circunstanciales.

Pero dejando de lado estos extremos, volvamos a la pregunta: ¿qué mensaje nos quiere transmitir la naturaleza? Puede parecer demasiado simplista, pero creo firmemente que la primera respuesta es una exclamación tierna, casi lúdica en la que la naturaleza parece decir: “¡Mírame! ¡Contémplame!”.

Podemos sorprendernos ante la naturaleza y su belleza por al menos dos razones. O no estamos acostumbrados a considerarnos en relación con ella, ya que nos hemos distanciado mucho en nuestros mundos artificiales y digitales, o más bien hemos mantenido y cultivado en nosotros el asombro propio de la niñez que se maravilla ante la realidad cuando se nos manifiesta. Muchas veces, lamentablemente, nos sorprendemos por lo primero, aunque valoramos mucho lo segundo.

Maravillarse ante la naturaleza, ante la realidad toda, es la experiencia del niño, libre y sin preocupaciones. Pero es también el lugar del nacimiento filosófico, científico y religioso del conocimiento. El asombro implica tanto maravillarse como preguntarse. Desde Sócrates y Platón, los verdaderos filósofos han afirmado que el asombro es el sello y signo del verdadero amor a la sabiduría. Pero ¿qué cosa es el asombro? Sencillamente es la experiencia personal de apertura ante la sobreabundancia de realidad que se nos presenta. Las realidades que se nos van presentando pueden ser más o menos interesantes, pero es la apertura la que determina nuestra experiencia ante ella. Tendemos a pensar que la realidad es misteriosa porque no es suficientemente inteligible, pero es al revés. La realidad es infinitamente más inteligible de lo que podemos comprender y es esta sobreabundancia la que nos causa la sensación de sobrecogimiento, si estamos dispuestos ante ella. Uno tiene que estar receptivo ante la realidad para recibir su mensaje, y gracias a Dios la naturaleza nos sale al encuentro continuamente para abrirnos los ojos, como lo ha hecho en estas últimas semanas. La belleza, que es orden y armonía sensible, es como la llave que abre nuestros sentidos y nuestra inteligencia, tantas veces cerrados por habernos acostumbrado al misterio, creyendo que no tiene nada más que decirnos. Creer que explicar algo equivale a entenderlo a fondo, creer que las cosas ya no nos dicen nada —en las palabras del escritor americano Wendell Berry— es abandonar la vida, es un suicidio cognoscitivo.

Por desgracia, nuestra sociedad occidental lleva siglos empeñándose en instalar una ceguera enfermiza en nuestra cosmovisión. Desde el nominalismo del medioevo tardío al dualismo cartesiano hasta el escepticismo kantiano y el nihilismo moderno, existe una concatenación de baches filosóficos que nos han arrojado hacia el materialismo y el cientificismo que nos obligan a una visión de la naturaleza sumamente reducida. Tenemos que volver a la intuición de que cada amanecer porta una carga de novedad infinitamente mayor que la última serie de Netflix o el último iPhone.

El problema no está tanto en los avances tecnológicos, por cuyos frutos debemos estar agradecidos, especialmente en estos momentos que nos permite salvar muchas vidas, cuanto en el paradigma tecnocrático que subyace. El mundo no es materialista (para empezar, el materialismo mismo es inmaterial) y la visión mecanicista de la realidad plantea una cosmovisión reductiva. Su poder reside, en gran parte, en el simplismo de su metáfora principal: la naturaleza es una gran maquinaria. El hombre, los animales, las plantas, todo está determinado por las leyes de la física, los genes y sus circunstancias. Si hemos dicho que la naturaleza se nos presenta con una sobreabundancia de inteligibilidad que siempre nos sobrepasa, esto significa que no la podemos entender ni controlar en su integridad. Pero esta cosmovisión nos sesga, limitando nuestra percepción a lo que se puede medir y reduciendo el misterio de la creación a una maquinaria que pensamos poder manipular.

Muchas veces se dice que este proceso de reducción tenía que suceder para tener toda la tecnología y beneficios que tenemos hoy, pero no necesariamente es así. La ciencia y la tecnología son completamente compatibles con una cosmovisión amplía que reconoce todas las dimensiones del hombre y de la realidad. Lo que no tendríamos son los abusos contra la naturaleza, que por cierto no consideramos creación sino bruta facticidad para nuestro uso utilitarista. Y esto implica también que no tendríamos, o al menos no se justificarían, los abusos hacia nuestra propia naturaleza humana: los genocidios, el aborto, la eutanasia, por nombrar algunos.

Las metáforas falsas —la naturaleza es una maquinaria y el hombre es un virus— por muy opuestas que pueden parecer, surgen de una misma ceguera reduccionista que no escucha a la naturaleza, que no sabe contemplarla. Estas metáforas se concretizan en cosmovisiones con consecuencias muy potentes. Si creemos que el universo es esencialmente caótico, arbitrario y violento, nuestro pensamientos y acciones inevitablemente también lo serán. Pero si creemos que el corazón de la realidad es el amor, nuestros pensamientos y acciones serán muy distintos. Hemos dicho que la naturaleza nos llama a mirarla y a contemplarla. De este modo abrimos la mente y el corazón, vemos que la naturaleza tiene su propia autonomía y dignidad, que esta sellada por la belleza y el misterio, pero que no es Dios.  Nos preguntamos por su Creador y por nuestro propio lugar en el cosmos.

El mundo creado siempre ha servido como mensajero para el ser humano, desde el tiempo de Noé cuando una paloma con una rama de olivo marcaba el final del diluvio y un arcoíris señaló una nueva alianza. Esta alianza es también ontológica y ecológica. Tenemos la responsabilidad de cuidar la creación, no por simple obligación sino porque es parte de nuestra familia. Somos seres relacionales y sin la relación nuestra vida pierde todo sentido. Relación con uno mismo, con los demás, con la naturaleza y con Dios; todo está conectado. El bien de uno es un bien para nosotros, y el sufrimiento de uno nos implica y nos responsabiliza. Quizá entendemos esto mejor ahora que nunca.

En respuesta a sus quejas y demandas de explicación, Dios le habló a Job desde la tempestad. Le obliga a considerar su creación, insinuando que hallará la respuesta que busca al contemplar su obra: leones, cuervos, íbices, asnos, avestruces, cigüeñas, langostas, halcones, águilas. Todos se presentan ante Job hasta que queda sobrecogido y arrepentido. “Reconozco que he hablado de cosas que no alcanzo a comprender”, dice Job (42, 3). Ante los sufrimientos y tempestades de la vida, incluso las pandemias, la naturaleza nos sale al encuentro para instruirnos, para invitarnos a entenderla y cuidarla, y para invitarnos asumir nuestra tarea y lugar en el cosmos.

Michael Dominic Taylor (EEUU, 1985) es Doctor en Filosofía por la Universidad Rey Juan Carlos (Madrid) y Secretario Ejecutivo del Instituto Internacional Laudato Si’ (Granada, España).

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Ecologismo

Laudato Si no es ecologismo sí o no.

Escrito por Pablo Martínez de Anguita

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El Papa te invita a un proyecto común

Escrito por Anna Isabel Tamargo

El Papa te invita a un proyecto común
Hace cinco años, el Papa Francisco compartió con nosotros un gran regalo, su Encíclica Laudato Si’. En ella, hace énfasis sobre el cuidado de la casa común y nos invita a reflexionar y buscar soluciones al actual modelo
productivo y consumista que rápidamente degrada el medio ambiente y en
el que persisten las desigualdades y pobreza. Además, nos hace un llamado
a la acción, a un movimiento conjunto y nos dice:
“La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un
proyecto común” (LS’, p164)
¿Y por qué el papa Francisco hace énfasis en la interdependencia en este
proyecto común?
Ante esta responsabilidad de construir un nuevo modelo, debemos recordar que estamos conectados con el resto de la familia humana, con lo creado y con las generaciones futuras. El Papa nos lo recalca en la Encíclica: todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los seres nos necesitamos unos a otros (LS’, 42).
Seguidamente, agrega: estamos incluida en ella [la naturaleza], somos
parte de ella y estamos interpenetrados (LS’, 139).
Además de la conexión con la tierra y los humanos, el Papa nos enfatiza que hay una interconexión entre la economía, la sociedad y el medio ambiente, por lo que no podemos pensar y actuar como si nos encontrásemos con varias crisis aisladas. Nos enfrentamos a una sola y compleja, por lo que, al plantear estrategias ante los problemas actuales, la solución debe partir de un enfoque integrado: mientras combatimos la pobreza y las desigualdades, busquemos proteger la naturaleza. Es así, como lograremos un desarrollo sostenible e integral.
Con base en lo anterior, me atrevo a decir que no podemos suponer que este es un trabajo únicamente de economistas en la parte económica, o de los ambientalistas en los desafíos ambientales, ¡es un trabajo en conjunto! Por ejemplo, debemos evaluar nuestro modelo de producción y consumo actual, el cual no es sostenible. Para ello, necesitamos la visión de todos los campos, que cada uno aporte desde su experiencia para así construir un nuevo modelo sostenible y más humano. Además, hemos visto cómo esto no es un trabajo únicamente de los políticos o las organizaciones internacionales: nuevamente, resulta un trabajo de todos: los gobiernos, las empresas proveedoras y productoras, de los ciudadanos (como consumidores y/o trabajadores). Si bien es cierto que necesitamos un marco global, como hemos visto, los desafíos de un país afectan a otros; también necesitamos acciones nacionales y locales en el que cada uno de nosotros busquemos más allá del beneficio económico y nos centremos más en las personas.
Necesitamos acciones personales, pequeños (y ojalá que grandes) cambios
en nuestra forma de desplazarnos, de consumir, de comprar o de producir.
Y todo esto no es posible sin una conversión interior. Una conversión que
tiene que proceder de la humildad. ¿Dónde estabas tú cuando yo creaba la
tierra? Le responde por fin Dios a Job (38:4) cuando este le clama en mitad
de su sufrimiento. La humildad es fruto de la verdad, de reconocer que
somos como diría San Juan Pablo II un latido en el corazón de Dios, somos ”alguienes infinitos”, pero cuyo valor no procede de nosotros mismos, sino del Don de la vida, de la creación que hemos recibido, que no nos hemos dado. El planeta con su belleza y armonía está ahí para recordárnoslo. Y nosotros somos muchas veces expertos en cambiar su integridad y belleza por su utilidad y de medir el ser del mundo por su valor de intercambio.
Los jóvenes reclaman un cambio y aspiran marcar la diferencia. El Papa ha
dado un primer paso invitando a los jóvenes a un encuentro en Asís. Nos
invita a que reflexionemos juntos y planteemos un nuevo modelo no sólo
económico, sino un modelo, un ideal de vida que sea inclusivo, que sea
humano y que cuide del medio ambiente, en fin, un modelo de desarrollo
solidario, integral y sostenible. Solidario porque en él todos encontremos la
llamada del Padre a construir un mundo mejor. Integral porque esté
orientado a mantener la integridad de la creación partiendo de nuestra
conciencia de criatura que ha recibido el don de la vida. Y sostenible para
que las siguientes generaciones puedan recibir un mundo mejor que el que
recibimos nosotros gracias a nuestro trabajo.
Ha llegado el momento de transformar ese sueño en acción. Ya hemos visto cómo en todo el mundo se han organizado eventos preparatorios, donde los jóvenes se encuentran debatiendo y compartiendo sus ideas. Vamos con ilusión a Asís. Y esperamos que el encuentro sea un inicio de vocaciones aún por descubrir en cada uno de nosotros. Los jóvenes queremos encontrar y desarrollar algo que se convierta en una pasión en nuestras vidas.
Queremos estar juntos y por ello tendremos que tener la voluntad de
organizarnos para crear juntos acciones e iniciativas, que por pequeñas que
sean, irán sumando a la creación del bien común a la que tanto aspiramos.